Desperté, era Halloween, el día del miedo por excelencia, mas yo estaba acostumbrado a no temer a nada ni a nadie en mi cotidiana y tranquila vida y supuse que seguiría siendo así. Esta fecha es un día donde las empresas juegan con la impulsividad de algunas personas por comprar objetos innecesarios y empiezan a fabricar calabazas de plástico y todo tipo de disfraces más algún que otro artilugio innecesario y que acaba siendo un complemento necesario para vestir igual que el resto y ser "aceptado en la manada". Bueno, pues yo este día lo pasé sin ninguna de estas lujosas mierdas.
Cuando mi madre me despertó miré el reloj, las doce, dije "hostia puta que tarde, coño" pero pronto mi madre me dijo que habían cambiado la hora y, joder, pensé que no podían darme un susto más grande durante todo el día. Pero no estaba del todo acertado, de hecho comenté con un amigo por la mañana el hecho de que a mi el Halloween ya me había dejado de dar miedo.
Después de comer tenía planes, iba a pasar la noche con unos amigos de semi-botellón y a ver películas de miedo (PLANET TERROR) con el fin de acojonarnos. Lo único que conseguimos fue descojonarnos, pero valió la pena.
Lo que no me esperaba fue lo que pasó más tarde, después de dar vueltas por el pueblo semi-abandonado donde estábamos en busca de algo que lograse asustarnos volvimos a la casa donde acampábamos y nos pusimos a jugar al poker hasta las tres de la mañana, entonces todos se fueron a dormir menos yo y dos amigos más. Aquí es donde empezó la parte interesante.
Salimos de la casa en busca de aventuras trepidantes. Perturbados y cansados por no haber encontrado el miedo en ningún rincón decidimos entrar sin pensárnoslo dos veces en una casa que lleva abandonada desde que yo tengo uso de razón. La luz de la luna nos señalaba el camino, altos árboles y un jardín descuidado con hierbas secas rodeaban la masía que en otros tiempos había estado habitada por una familia corriente y que ahora podía estar habitada por un vagabundo, por un perro, por una niña loca, etc.. o al menos eso me hacia pensar la mente, que se encontraba en su plenitud irracional. El viento soplaba fuerte, como si fuese a tirar la casa, la cual parecía moverse de un lado a otro. Nos asomamos a un agujero que había en la puerta que anteriormente había sido tapiada y oímos un ruido, evidentemente nos asustamos y nos alejamos momentáneamente del lugar.
Las caras de mis acompañantes no eran precisamente de risa, habían presenciado al igual que yo el sonido de una puerta cerrándose y abriéndose. Charlamos intentando apaciguar el miedo psicológico y darle una explicación científica al suceso, las ventanas de arriba estaban abiertas y había mucho aire, la cerradura de la puerta estaría oxidada y no se cerraba el pestillo, por eso sonaban los golpes. Uno de ellos contó varias historias tipo Iker Jiménez y debido a la situación casi decidimos no entrar en la casa, pero al final, lo hicimos. Dentro habían unas escaleras que parecían salidas de un castillo de la época medieval, parecía que se iban a caer en cualquier momento, podíamos oír como las vigas se doblaban, como el viento silbaba por las ventanas y como la puerta daba cada vez golpes más fuertes conforme íbamos acercándonos. Lo peor de todo es que la borrachera se había pasado ya por completo e íbamos totalmente sobrios. Llegamos arriba y vimos como la puerta golpeaba el marco y como una tela ondeaba hacia donde no iba el viento.
Intermitentemente podíamos ver lo que se ocultaba en esa habitación, pero la curiosidad nos obligó a entrar. Dentro no habían ventanas, no veíamos nada, el suelo parecía estar lleno de revistas, entonces, Carlos encendió su linterna y los ojos de un rotwailer quedaron brillando rojos y oscuros bajo la tenue luz, la puerta se cerró detrás nuestra. Raúl intentó entonces abrirla con prisa pero estaba atascada, el gruñido del perro empezó a incrementar la rabia, a dos metros sus músculos destacaban con las sombras. La linterna se apagó y quedamos en una completa oscuridad que acojonaba como nada en el mundo. espaldas con espaldas, los cuatro dejamos las tonterías a parte y cogimos fuertemente, mis compañero iban apretando cada vez más los brazos en relación a como iba incrementando la fuerza y consistencia del gruñido del perro. No veíamos nada.
De repente el perro dejó de gruñir, el viento cedió y la puerta se abrió de par en par. El silencio consumió unos instantes, el móvil de Carlos volvió a iluminar y en la habitación ya no estaba el perro. Casi sin respirar salimos los cuatro corriendo del lugar, tropezando por las escaleras y sin mirar atrás hasta que estuvimos a unos doscientos metros de la casa. Pensé, "espero que el próximo Halloween sólo cambien la hora"

jaja muy bueno danii, sigue asi ! :D
ResponderEliminarToma!! eso si que es una historia de la leche, ya casi no me acordaba del perro! muy buena!!!
ResponderEliminarComo olvidarse del perrete!! jajaja
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